"MOMENTOS" poemario de IGNACIO CAMPOS

 

AL HILO DE “MOMENTOS (I y II)” (POEMARIO DE IGNACIO CAMPOS) Y ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE EL AULA DE LA EXPERIENCIA

Quiso la fortuna que cierto día que parece ya lejano por la gran cantidad de sucesos que han ocurrido desde entonces, recibiera una llamada desde las altas instancias en la que se me invitaba a participar como profesor de literatura en el Aula de la Experiencia de la Universidad Pública de Navarra.

Como quiera que en aquella época preparaba la defensa de mi tesis y, consecuentemente, me encontraba en cierto modo inerme ante otro tipo de envites, mis noes evasivos se precipitaron entrecortados con el tono de voz que utiliza el mendigo, quien va a ser ahorcado o ha sido cogido en mentira. La presión no duró excesivo tiempo y finalmente, ante la insistencia y viendo que era más fácil decir que sí, que empecinarse en el no y alargar innecesariamente la conversación que me impedía seguir con el tema que me ocupaba, decidí decir finalmente dar el sí con la misma convicción que lo había dado años atrás en el día de mi boda.

Una vez colgado el teléfono sentí un escalofrío y la sensación de haber hecho un pacto con las ánimas del purgatorio. La mujer que me había telefoneado con su voz cálida, agradable, hipnótica... me había asegurado que el trabajo en el Aula de la Experiencia era altamente gratificante y enriquecedor. Me había dicho que me necesitaban porque buscaban al profesorado mejor preparado, a los especialistas más destacados. Yo sabía perfectamente que me habían llamado porque no tenían a otro.

Desconfiaba de todas y de cada una de las palabras con las que la Catedrática había tejido su red, tan inteligentemente urdida, tan emotivamente presentadas, tan bien intercalados los adjetivos en su discurso, para engatusar al indeciso, tan ardiente en la defensa del Aula de la Experiencia y de sus alumnos. “Aprenderá mucho”, había sentenciado.

“Aprenderá mucho del Aula de la Experiencia”... ¿Sería posible aprender enseñando lo que ya me sabía? ¿Sería posible aprender releyendo a Bécquer, o a Baudelaire, o a Elliot, o discutiendo sobre El Fausto de Goethe? ¿Sería posible aprender de aquellos a los que iba a enseñar? ¿Por qué se llamaba a aquel aula, "Aula de la Experiencia"? ¿Qué experiencia tenían aquellos alumnos de la que yo carecía? ¿Qué tenía yo que aprender de ellos? ¿Qué sorpresas me depararía el destino?

El primer día que entré en el aula me encontré con un público distinto al que estaba acostumbrado. Todos y todas tenían bastante más de 18 años. Alguno más.

Repartí las fotocopias que había preparado y, al poco tiempo, uno de los alumnos me interpeló sobre un lapsus imperdonable cometido en el día de mi estreno. Entre los libros recomendados para su lectura había olvidado incluir aquellos escritos por autores galardonados con el premio Cervantes. El alumno que así me había corregido era un poeta, un amante de la literatura. Así conocí a Don Ignacio Campo Fernández, a quien, con el tiempo y la confianza que otorga la amistad, comenzaría a llamar de modo hipocorístico y familiar, Nacho.

MOMENTOS (I y II) es un precioso poemario al que el autor añade la coletilla “con perdón”. Su amor por la literatura es tal que no se atreve a llamar poemario al poemario. Suponiendo, quizás acertadamente, pero en todo caso de manera muy severa, que poemario sólo es aquel que puede escribir la mano de la musa del Parnaso, y no la de aquel que pisa día a día las calles, el asfalto, o pasa su vida trabajando en un despacho. Quizá en este sentido Campo Fernández puede ser contestado por el ejemplo del poeta Jon Mirande, que fue capaz de ayuntar, como si fueran poderosos bueyes de tiro, la poesía y la oficina.

En cualquier caso, es cierto... ¿Quién tendrá la osadía de publicar un poemario con arrogancia, sin pedir, siquiera, perdón, con la boca pequeña aunque sea, por haber entrado en nuestra casa sin llamar a la puerta y sin avisar? Porque la poesía es, ni más ni menos, eso: irrumpir en el alma de los demás, destrozar los esquemas que nos habíamos construido, desequilibrar nuestras convicciones, remover los cimientos y zarandear nuestros andamios... ¿no está plenamente justificado pedir perdón?

Con todo, alguien puede objetar: no, no está justificado si se pide perdón por llamar poemario a algo que se mire por donde se mire, es un poemario. Porque si no... ¿a qué llamaremos poemario? ¿No es simplemente una colección de sentimientos plasmados en el papel y aliñados con el aceite y el vinagre de la vida y del alma? ¿Y el libro MOMENTOS (I y II) no es ciertamente una colección de sentimientos? ¿No es eso un Poemario? Entonces... ¿Por qué pedir perdón? ¿Por qué no proclamar a los cuatro vientos y sin complejos... “Señoras, señores, amigos del mundo, familiares, miembros del Aula de la Experiencia... ¡¡¡ SOY POETA !!!”?

Sí, sépanlo todos ustedes. Don Ignacio Campo Fernández, Nacho para quien tenemos la suerte de conocerlo, es un poeta, y su libro MOMENTOS (I y II) un gran poemario, sin ninguna duda, sin pedir perdón a nadie, sin complejos.

Dice Nacho en la dedicatoria (especialmente dirigida a sus hijos Soledad y Sergio ‑nombres sonoros, aliterados, silbantes, que juegan a la S, a las soledades de Góngora y de Machado, a los versos de otro Sergio, de Macías, que nos recuerda que la poesía es la voz del amor, de los huesos y de la sangre‑). Y perdido totalmente el hilo digo, pues, que dice Nacho en la dedicatoria que en las páginas del poemario encontraremos rincones, para nosotros inexplorados, de su existencia y pensamiento, parte de su intimidad (que intenta ocultar y enseñar al mismo tiempo en un ejercicio de claroscuros), parte, también, de su filosofía de vida, de su sabiduría, de su manera de estar en este mundo... de su experiencia. De esa fuente que mana mejor con el tiempo y de la que hasta un profesor que sabe mucho de nada tiene tanto que aprender.

El poemario arranca con una poesía desgarradora de impronta romántica fechada en El Ferrol, en septiembre del año 1970. Un romance asonantado que con ferviente desesperación hace retales el alma del poeta y del lector que lo lee y que sitúa al ser humano desnudo y solo ante la desdicha de la separación y de la ausencia, de la vacuidad del día que seguirá a una noche que ya comienza vacía. Del pecado que comete quien ama demasiado, y no debe. Quien expone demasiado, y todo lo pierde. Campo Fernández empieza así un poemario que parece no querer dejar ni un resquicio para la esperanza si esta es falsa. El culpable, debe tener su castigo; pero “¿Existe peor castigo de saber que te he perdido / amándote como te amo?” (página 70*).

El año 72 fue el año de las flores y de los proyectos iniciados que nunca tuvieron un final, porque siguen vivos todavía, porque siguen desarrollándose en plenitud: “bellos amores”, “ojos al cielo”, “labios cantando”, “delicias en el alma” (p. 50) en un poema inacabado que no puede terminar porque debe seguir germinando, construyendo la hermosura, la bondad, la paz... odiando la tortura... profecías del 72... tiempos de dictadura, tiempos de democracia... y el amor, el dulce sueño, que lo sobrevuela todo y que escribe poemas inacabados, para que otros los reescriban cada vez que son leídos.

El año 74 sorprendió en Zamora al poeta, ya casado, siempre enamorado, con hijos fruto de su amor, de sus desvelos, y aunque el vate también es hombre y es pájaro y no quisiera vivir enjaulado, se siente cómodo en ella, y disfruta también de sus placeres, de la vida familiar, del equilibrio que se barrunta carecía en el pasado. “Amores en la vida se me cruzan” es un poema maduro, pausado, que busca que la gota del nivel quede entre las dos rayas varada. Un remanso que no siempre se puede mantener inmóvil, porque las avenidas, y las inundaciones acechan al que está descuidado y no ha preparado su particular Arca de Noé para sobrevivir al naufragio. En 1978 nos recuerda Nacho que en un día cualquiera todo puede suceder... en un lunes, por ejemplo. “Fue lunes mi amor, fue un lunes” (p. 66).

El viaje iniciático en la particular peregrinación por las tierras de España nos conduce en diciembre de 1978 y enero de 1979 a Cantabria. “Mi Cantabria” (p. 40). Como aquella “Su Granada” que lastimara a Machado en la muerte de Federico. Pero aquí Cantabria no lastima. Es fuerte y solidaria. Así la ve el poeta. En Santander su espíritu se ha desahogado... ¡de momento! (p. 37). Pero aprende Santander de su entrañas...

La búsqueda de la vida nos acerca a la muerte (“tu nombre Vida, que eres muerte”, p. 5; “Pienso de continuo en la vida... Pienso en la muerte...” p. 51), nos acerca al padre que nunca se fue del todo porque está en nosotros, en cada movimiento, en cada gesto, pero también en lo mucho que quedó sin decir, que quedó en el tintero y que quisiéramos que lo supiera... (p. 52) Como el latido del corazón en el pecho del huérfano poeta.

Recorremos a lomos de la poesía la geografía catalana y bajamos en 1979 hasta Tortosa en una almadía llamada “¡Qué decirte!” (que navega por el caudaloso río del silencio negado y deseado, entre el murmullo del agua y la mujer que escucha y a quién todo se ha dicho, y a quien todo nos queda por decir). Remontamos las aguas de los trasvases imposibles, para alcanzar Cuenca en 1980 y precipitarnos de nuevo, aguas arriba, escalando montañas, y practicando túneles y tuberías, en Cataluña. ¡Qué viaje más cansado hacia la Navidad de 1981 en soledad sin Soledad! ¡Qué nombre tan bien elegido! ¡Qué bien te refleja, poeta abandonado! ¡Qué idas y venidas para al final acabar en el mismo sitio, solo, en Cornellá! ¿Para qué quiere el poeta Cuenca, para qué necesita Cataluña, si él se siente lejos? ¿Es Cantabria realmente bella? ¿Es Santander tan hermosa? Entonces... ¿Por qué te castiga con su lejanía? Cantabria, Santander, dales a tus hijos tu regazo y tu cariño y no les castigues más con el destierro (p. 39). 

Peregrinación poética por los pueblos de España

Recorrido de Don Ignacio Campo Fernández por la línea roja al margen de un cuaderno de poesía:

Marzo de 1981, Santa Susana (Barcelona)

Abril de 1981, Barcelona... “Sentir tu cruel presencia, bien ausente, / sin poder siquiera retenerte” (p. 82).

Septiembre de 1981, Cáceres... “Si en tu alma sientes una ausencia... Si al llegar la noche te encuentras sola...” (p. 84)

Nuevamente Santa Susana en marzo de 1982... “Cuando asistes, desesperado, pasar el tiempo, / en soledad, renuncia que no eres tú, / sintiendo envejecer lentamente una vida...” (p. 89).

En mayo de 1982 Nacho firma su primer poema en Pamplona: “Qué es amor, sino la grata compañía del ser querido...” (p. 90). ¿Pamplona podrá ser una pequeña Santander? “En tal estado, limpios, serenos, firmes y abrazados, esperamos felices, dichosos, juntos, tal evento, / que se repetirá, mi cielo, por ser amor, así en la vida.” (id.)

En Pamplona Nacho medita sobre la existencia, la ausencia, su tono es más filosófico, menos mundano, menos preocupado por las pasiones del fuego, y más preocupado por lo profundo del ser humano, por el abrazo, por el amor puro (p. 94), por la llamada de quien habla desde las alturas y a la vez desde nuestro interior, de quien habla y a veces no es escuchado... “Algo oí” (p. 8) es un poema místico cargado de profundas reflexiones sobre la llamada de un Dios que se acerca al poeta, cuando ese mismo poeta a veces no sólo no lo ha buscado, sino que en algunos momentos de desesperación y ausencia, lo ha negado, lo ha rechazado.  “Algo oí” es una invitación a trascender, a estar abierto, a comprender la parábola divina y, en consecuencia, a estar dispuestos a oír, ya que tenemos oídos, y estar dispuestos a ver, puesto que tenemos ojos. Pero... “¡Es tan duro el camino, Señor mío!” (id.).

En diciembre de 1983 vuelve de visita a Santander y se confiesa con la madre tierra: “que un día, / viejos de verte guarde mis ojos cerrados / en la patria chica mía...” (p. 35). Tras dejar atrás el trasmontano, vuelve a ser esposo, padre y hermano ese mismo diciembre en Pamplona. Como se ve, la visita ha sido, corta, muy corta, de médico. Lo justo para respirar un poco de oxígeno, como la ballena que debe subir a la superficie si quiere seguir viviendo, a pesar de que pueda ser cazada, a pesar de que de vez en cuando la vida se complica; pero ahora, el poeta ya no tiene miedo, ya no está solo. Tiene a su familia consigo, y vaya donde vaya irá con él la alegría (p. 36).

Estamos cerca. Siempre cabe la posibilidad, si las cosas se tuercen, o surge la tristeza, o el poeta duda ante la falta de honradez y ética de los traidores, de quienes maltratan sus inquietudes, de quienes mancillan la política, la justicia y la libertad (p. 95). Siempre cabe la posibilidad de escapar por un momento, estamos cerca, de dar un salto hasta la vecina Cantabria, la cuna del amor, la que será mi manto, donde abro y cierro los ojos en un momento, donde olvido la locura (pp. 95, 29), donde encuentro la paz... estamos solos (id.).

Con todo transcurre todo el siglo XX y no es hasta el año 2003 del XXI que encontramos una nueva referencia a la patria chica del poeta, en un poema simbolista en el que la paloma y el halcón (p. 14) escenifican la lucha de los deseos por no perecer. No es mala señal. El poeta vive tranquilo y feliz. Lo peor que le puede pasar a un poeta. Pero lo mejor que le puede pasar a un ser humano querido y admirado por su familiares y amigos.

El poeta sigue su viaje, pero ahora es interior, ya no le interesan los paisajes, a partir de este momento todos lo poemas están fechados en Pamplona. Pamplona, Pamplona repiten los pies de página. Cuanto más, el poeta, ahora perezoso para el peregrinar, se desplaza hasta Elcano. Pero solo lo hace en una fecha señalada: el día dos de Amor de dos mil cinco. Pero ahora no es, como lo era antes, un viaje por obligación, para estar condenado a la soledad... No, ahora viaja, porque quiere, hasta Elcano, a pocos kilómetros de casa. Y no va a estar solo. No. Al contrario, va a estar con más gente que nunca, más acompañado que nunca, más querido que nunca. Su semilla ha germinado. Su hijo Sergio le guía por los caminos de la poesía. Ahora viaja porque tiene que conocer a su nueva hija, porque el hijo del poeta se ha casado. La familia ha aumentado con Laura...

Y con Laura y Sergio ha llegado la felicidad completa. Ha nacido Sandra Campo Ferro García Jaso Fernández Montiu Aguirre Goñi y con ella se han hermanado, ¡por fin!, Cantabria, Cataluña, Navarra y todos los caminos que recorrió el poeta. Ya no es necesario desplazarse a Santander, o al terruño, ya no es necesario pedir consejo al trasmontano... Ahora está Sandra, y es ella la única patria.

¡Felicidades, poeta, Felicidades! 

Y muchísimas gracias por tu experiencia, por lo que me has enseñado. 

Con todo mi afecto, 

Juankar 

Pamplona-Iruña, 30 de mayo de 2008

 

 

Juan Carlos Lopez-Mugartza

Aula de la Experiencia

Profesor curso académico 2006-07



(*) El libro aparece paginado de una manera absolutamente libre, ofreciendo un desorden ordenado. La página “70” se correspondería con la página “9” de un libro convencional. Pero aquí nada es lo que parece y al 70 le precede el 69, sí, pero le sigue el 48, y a la desdicha del despechado puede servirle de bálsamo la descripción de una flor, del amor.

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